RECUERDO…
A MI MADRE
Son tantos los que
corren avarientos al solsticio de la vida,
que los que quedan
atrás sin voluntad de correr,
se sientan sobre
su maleta de deseos al borde del camino
esperando que la
suerte resuelva su enigma.
Pero la suerte es
caprichosa, es ciega como la justicia.
A veces les llega
a muchos, minutos antes de morir,
entonces los
deudos del fallecido sonríen,
la vida es tan
injusta
que les ha
regalado lo que el difunto no gozará.
A los que se
sentaron al borde del camino,
no les llegará
nunca esa señora que todos esperan,
su cansancio los
tiene condenados a perpetuidad.
Y en ese ir y venir, la voluntad no es
suficiente.
La engañosa lluvia
nos sorprende a todos
a los sentados y a
los que seguimos,
es tan tupida, que
no nos deja ver el futuro,
empapa y perjudica
siempre a los más débiles,
a los ricos
hacendados, les aumentará las cosechas
después no sabrán
donde esconder tanto dinero.
La ciudad siempre
ha sido un buen refugio,
llena de
soportales, plazas porticadas, tejavanas
que ayudan a
meditar en los eternos duermevelas,
de la gente sin
techo que a diferencia de los otros,
ni siquiera tienen
una maleta donde sentarse.
Pero el ruido de
esta urbe es tan ensordecedor,
que no permite a
nadie gritar ni quejarse.
Los anuncios de
neón, de papel o pintados en todas las paredes,
en todos los
vehículos, son una provocación desvergonzada
que estimula
infructuosos deseos de poseer lo imposible.
Esta tarde, solo
las piedras dejan que las acariciemos,
y en su indolente
sosiego, nos permiten comprender
lo cercanos que
estamos de ellas.
Sometidos a la
cruel incineración del fuego fatuo de un horno,
apenas somos dos o
tres kilos de cenizas,
que en unos
cientos de años se convertirán en otra piedra
proclive a esa
caricia, o a ser lanzada al lecho del mar o de un río.
Las puertas
entreabiertas de esta ciudad
desangeladamente
grande, no tienen voz,
se cierran sin
pronunciar palabra,
no quieren
escuchar a nadie, en la calle hace demasiado frío.
Ella se ha
marchado y nos ha dejado su cuerpo,
su amor, su
recuerdo, ha sido tan discreta
que no ha querido
decirnos donde va,
ha querido que su
piedra descanse en el fondo del mar
donde nadie la
moleste, ni pueda llamarla por su nombre,
porque esa piedra
ya no le pertenece, es tan solo un símbolo.
Estoy seguro, que
al lugar donde ha ido, pondrá orden,
no admitirá
zalemas ni carantoñas cuando nos esté vigilando,
o se ocupe de
ordenar sus recuerdos,
y exigirá que se
ayude con más atención a los de aquí abajo.
Yo abandoné la
maleta en el camino hace mucho tiempo,
y a fuerza de
andar, encontré lo único que podía mitigar
el cansancio de tanto
tiempo, el amor redondo, sin aristas
que rueda alegre
por el sendero que nos llevará a todos,
repito a todos, al
mismo sitio,
donde nos esperan
los que tanto amamos.
Escrito por
Azpeitia José Antonio
en Málaga el mes
de Marzo de 2018