17 marzo 2018

RECUERDO... A MI MADRE




RECUERDOA MI MADRE



Son tantos los que corren avarientos al solsticio de la vida,  

que los que quedan atrás sin voluntad de correr,

se sientan sobre su maleta de deseos al borde del camino

esperando que la suerte resuelva su enigma.

Pero la suerte es caprichosa, es ciega como la justicia.

A veces les llega a muchos, minutos antes de morir,

entonces los deudos del fallecido sonríen,  

la vida es tan injusta

que les ha regalado lo que el difunto no gozará.

A los que se sentaron al borde del camino,

no les llegará nunca esa señora que todos esperan,  

su cansancio los tiene condenados a perpetuidad.   

 Y en ese ir y venir, la voluntad no es suficiente.

La engañosa lluvia nos sorprende a todos

a los sentados y a los que seguimos,  

es tan tupida, que no nos deja ver el futuro,  

empapa y perjudica siempre a los más débiles,  

a los ricos hacendados, les aumentará las cosechas  

después no sabrán donde esconder tanto dinero.

La ciudad siempre ha sido un buen refugio,  

llena de soportales, plazas porticadas, tejavanas

que ayudan a meditar en los eternos duermevelas,

de la gente sin techo que a diferencia de los otros,  

ni siquiera tienen una maleta donde sentarse.

Pero el ruido de esta urbe es tan ensordecedor,

que no permite a nadie gritar ni quejarse.

Los anuncios de neón, de papel o pintados en todas las paredes,

en todos los vehículos, son una provocación desvergonzada

que estimula infructuosos deseos de poseer lo imposible.

Esta tarde, solo las piedras dejan que las acariciemos,

y en su indolente sosiego, nos permiten comprender

lo cercanos que estamos de ellas.

Sometidos a la cruel incineración del fuego fatuo de un horno,

apenas somos dos o tres kilos de cenizas,

que en unos cientos de años se convertirán en otra piedra

proclive a esa caricia, o a ser lanzada al lecho del mar o de un río.

Las puertas entreabiertas de esta ciudad

desangeladamente grande, no tienen voz,

se cierran sin pronunciar palabra,

no quieren escuchar a nadie, en la calle hace demasiado frío.

Ella se ha marchado y nos ha dejado su cuerpo,

su amor, su recuerdo, ha sido tan discreta

que no ha querido decirnos donde va,

ha querido que su piedra descanse en el fondo del mar

donde nadie la moleste, ni pueda llamarla por su nombre,

porque esa piedra ya no le pertenece, es tan solo un símbolo.

Estoy seguro, que al lugar donde ha ido, pondrá orden, 

no admitirá zalemas ni carantoñas cuando nos esté vigilando,

o se ocupe de ordenar sus recuerdos,   

y exigirá que se ayude con más atención a los de aquí abajo.

Yo abandoné la maleta en el camino hace mucho tiempo,  

y a fuerza de andar, encontré lo único que podía mitigar

el cansancio de tanto tiempo, el amor redondo, sin aristas

que rueda alegre por el sendero que nos llevará a todos,

repito a todos, al mismo sitio,

donde nos esperan los que tanto amamos.



Escrito por Azpeitia José Antonio

en Málaga el mes de Marzo de 2018