28 octubre 2020

CONDEMIA -3-

 



 

CONDEMIA -3-

 

Ha amanecido de noche, sin más,

así, sin avisar, a hurtadillas,

la luz es diferente, desteñida.

Las paredes me acusan de cobarde

no puedo ni mirarme en el espejo,

parezco en un retrato al viejo Einstein.

 

Hay voces que me llegan desde lejos,

me advierten sin pudor - son los de arriba –

que no gaste mi tiempo en esperanzas,

que nada me he perdido en esa calle.

 

Es suave la condena a la -condemia-

a seres que merecen la pandemia,

viviendo con desdén de la mentira,

creímos en un mundo de opulencia  

  de lujos privativos de elegidos.

 

Pero esto se acabó, ya estaba escrito.

Los pobres a lo suyo, como siempre,

los ricos asumiendo los poderes,

conviene que se sepa quienes mandan.

 

 Hoy sobran los que saben demasiado,

la gente muy mayor es una carga,

debemos acortar su sufrimiento.

Los -ninis- y los -menas- al trabajo,

sabremos disfrutar de su ignorancia

nos dicen, entre risas descaradas.   

 

Un pijama raído es mi uniforme,

con él conviviré el duro encierro,

mi chaqueta -blazer- pasó a la historia,

zapatos de vestir, están con moho,

mi móvil dice cosas censuradas.

 

En esta casa humilde en la que vivo

que es fruto de mis días de trabajo,  

no sé si será mía por más tiempo,

la debo compartir sin egoísmos

con alegres raperos de la calle,

con okupas vestidos de modernos.

 

 No sé si volveré a hacer el amor.

Mujeres que se cruzan, enemigos,

que pueden contagiar…o una querella,

-por ojos maliciosos, viperinos,

por un requiebro torpe de atrevido-.

 

No sé, si volveré a hacer el amor,

si de otro modo es, si eso ocurriera

a pleno sol será -y ante un notario-.

 

Un viejo ordenador, la caja tonta,

ventanas que producen ulcerosis,

nos muestran lo peor del ser humano,

son curas de salón de voz melosa,

intrépidos contando amanerados

mil cuentos divertidos, sus enredos.

 

Palabras vaciadas que se fuman,

se adocenan, suenan huecas, sin amor,

a necios del sofá van destinadas,

a -ninis- descarriados sin futuro,

que hicieron en la escuela dibujitos,

y luego en la Juan Carlos crucigramas,

oyendo entre risitas a un jocundo

doctor en naderías trascendentes.

 

Después la sociedad de boquiabiertos,

pregunta si es de día o es de noche

y corre hasta el oráculo de turno

que entiende de lo humano y lo divino.

 

En ese prolegómeno al hastío,

se baten en lo oscuro los ladinos

que saben del latín y de otras lenguas,

procuran los doblones de su banco

cubiertos de un derecho inalcanzable

al vulgo proletario desde siempre,  

vestidos con el tiempo en clases medias.

 

Esos divertículos del poder

se acrecen en el intestino grueso

de un pueblo socialmente desnortado,  

son bolsas de la ley que están podridas

rellenas de mentiras, de dinero

de sexos transversales muy al uso.

 

El día, se hace largo sin tareas,

tendré que decidir qué es lo que hago.

Mi último consuelo es una amiga,

vive en otro país, ella es discreta,

confinada también con su dolor,

no tiene quien la mime, ni la quiera.

 

La llamaré esta tarde sin demora

es algo que no sé -video llamada-  

la fórmula indiscreta de la red.

Pasarela me hará de sus encantos,

indecente de mí, yo haré lo mismo,

un amor inocente sin pecado.

 

Resulta al fin de todo, cruel consuelo,  

no sé de los demás, por qué obedecen,

ocultos en lo oscuro de sus casas,

no saben manejar sus cacerolas.

 

El fin será el morir en las trincheras

que lleven al infierno a los de arriba.

 

Escrito por Azpeitia, José Antonio

el 28 de octubre de 2020 d.C.

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15 octubre 2020

CONDEMIA -2-

 

 


CONDEMIA -2-…

 

Nadie puede decidir por mí,

pero me empujan con disimulo,

unas veces, aviesamente, los de arriba, 

otras los que están cerca,

siempre con buena intención.

 

Hace tiempo que la calle no me habla

no bajo a saludarla como otrora

que me recibía alegre, dicharachera, bulliciosa.

La calle esta llena de gentes embozadas,

sus caras anodinas, semejan bandadas

de desteñidos loros

como en las películas de terror,

y la veo tristemente ignorada.

 

En esta comedia que vivo,

ella, la calle, es la protagonista,

lo soporta todo, me gustaría ayudarla,

pero la puerta de mi casa

está cerrada desde fuera,

y todo mi ser, está pendiente de una voz

que me haga comprender

por qué no puedo abrirla desde dentro.

 

El aire, la empuja con fuerza, desconsolado,

tampoco puede abrirla.

 

Hoy me dicen, los que me mueven de arriba

que la puerta se abrirá sin esfuerzo,

que puedo salir unas horas, y me voy

como alma que lleva el diablo.

 

Mi coche, es el único que me dirige la palabra,

me pide, gasolina, aceite, agua,

aire para sus negros zapatos,

y resignado me lleva a la playa.

 

El impertinente sol, calienta sin piedad,

las olas juguetean con la arena,

y en un infantil gesto de soberbia,

he tirado las llaves intencionadamente al mar,

al fin y al cabo, ya no soy dueño de nada.

 

Siempre inmutablemente silencioso,

éste, sólo me devuelve

conchas, caracolas, esqueletos de calamares

y un plástico de patatas fritas.

 

Cuando he vuelto a mi casa,

la puerta todavía permanecía abierta.

He tenido mucha suerte,

los okupas no se han percatado de mi ausencia.

Pasado muy poco tiempo, se ha cerrado sola.

 

Hacía muchos lustros, que no empuñaba

una pluma con tinta -azul misterio- indeleble,

motivo, por el que he decidido escribir

sobre este sucio papel

poseído por el demonio del silencio,

algo que describa este enigma,

cansado de oír en mi móvil lo que no deseo,

lo que no entiendo, el por qué vivo anonadado,

algo, sobre lo que ocurre hoy en la vida de cualquiera.

 

He saltado tantas veces desde un avión,

que el vacío que se mueve a mis pies

no me da miedo, es el borde de un abismo

que para todos es igual,

es oscuro como la noche,

húmedo por la lluvia de los que lloran

al atardecer de cada día.

 

La orden de saltar a ese precipicio,

aún no ha llegado.

 

 

Escrito por Azpeitia José Antonio

el 15 de octubre de 2020 d.C.

 

 

 

 

 

 

 

CONDEMIA...

 

 



CONDEMIA…

 

El cielo de la tarde, es plomo oxidado que llora.

En el extremo, allá, donde se pierde la vista, muy lejos,

las montañas se sacuden los hombros con desdén 

de las pesadas nubes que envuelven sus cimas.

En ese paisaje, la incertidumbre de los humanos

no tiene nombre, es, donde la esperanza es tul ilusión

que se precipita al brumoso vacío

con lo poco que les queda en el bolsillo a los incautos.

 

La historia no sirve, nos han mentido tantas veces,

que la puerta que podía salvarnos

la han forzado los de siempre.

Era la que cerraba el camino a la mentira

con las siete llaves de la sabiduría,

la que no nos permitía un sólo paso en falso.

 

Ahora son tantos los engañados, los que deambulan

y desaparecen en ese barranco sin fondo

mirando sin precaución un cielo que no entienden,

que dicen los discretos que van a quedar muy pocos,

tan solos y abandonados los sobrevivientes de distinto signo,

que no habrá espejos que reflejen nuestra cara,

a su envés no hay nadie que entienda lo que decimos,

sólo un libro y papeles viejos.

 

Ellos los elegidos, Zeus redivivos, han construido una Babel

de lenguas retorcidas por el odio y la envidia,

serpientes que secuestran, ahogan, lo mejor de nuestras almas,

diabólica intención de los que todo ignoran de su destino

de hueso y carne que se pudre.

 

Hoy las ojerosas ciudades se mueren de tristeza,

los ojos vacíos de sus desvencijadas ventanas

no distinguen los días de las noches,

añoran ignorantes la presencia de sus alegres moradores,

okupas de una tierra que nunca ha sido suya,

lugar al que nunca volverán los que estuvieron,

ya no hay donde esconder lo que ganaron.

 

Escrito por Azpeitia, José Antonio

en Málaga el 14 de octubre de 2020 d.C.