UN
VIAJE A LA ETERNIDAD
(A
la muerte de mi madre)
Del
mar, viniste en silencio
donde
todo se construye
en
profundas soledades
sin
permisos ni alharacas.
Años
luz son la experiencia
del
arquitecto del mundo
que avalan
los que respiran,
con
pulmones o con branquias
o
los que son tan pequeños
que
simplemente deambulan
recogiendo
lo que sobra;
que se
mueven y se agitan,
que lloran
mientras combaten,
que destruyen
y hasta crean
aunque
nadie lo haya escrito
en
la pared de la historia.
Pasamos
siempre de largo,
es
el mundo en que vivimos.
Exigimos
un derecho
que
nadie nos ha otorgado
a
vivir eternamente
sin pensar que lo que ocurre
es
cada día un milagro.
Naciste
robusta y fuerte
Felix,
Feliz o Felisa
quisieron
fuera tu nombre,
era
tu turno, tocaba
en
un pueblo entre montañas.
donde
todo era sencillo
mecido
entre nubes blancas.
Tus
risas duraron poco
pronto
te quedaste sola.
El
abuelo se quejaba
no
le llegaban las manos
para
cuidar tantos niños;
nadie
acunaba tu cama.
Los
que tanto te quisieron
se
fueron con el de Arriba
se
marcharon con lo puesto,
la
piel que los arropaba.
Toda
Europa era una guerra
y la
nuestra estaba en ciernes.
Pan
negro, cebolla y sal
era
el único alimento
que junto al olor de cocina
a
todos atormentaba.
Nunca
quisiste contarme
de
donde sacaste fuerzas
en
aquel triste naufragio
para
llegar a la orilla:
dónde
secaste tus ropas,
dónde
encontraste cobijo;
de
cómo sobreviviste
entre
el ruido de la guerra.
Ahora,
que ha pasado el tiempo
ya
nunca sabré su nombre;
el
del padre que me diste
que
nunca volvió a tus brazos
que
murió mientras volaba
por defender
a mi España.
Para
mí resulta duro
besar
tu frente ya fría;
que
ya no podrás reñirme,
que
no me dirás Antxon
que
se enfría la comida;
no
vuelvas tarde; mañana
te
espera mucho trabajo.
La
leche te la has bebido
tienes
mucho desparpajo.
Hoy te
devuelvo a ese mar
el
mar que tanto quisiste
que adoraste tantas tardes
cuando el sol se recostaba
dibujando
sobre el agua
las
ilusiones frustradas.
Te
he tenido junto a mi
hasta
el último momento,
he
querido que tú sientas
el
calor que tú me diste
de
tantas noches en vela
cuando
el frío se colaba
por
ventanas y paredes
silbando
esa melodía
que
estremece a quien la escucha
y
produce escalofríos.
Porque
lloraba de hambre,
lloraba
hasta la despensa
que
estaba magra de carnes
como
el mendigo que canta
en
la esquina su pobreza.
Al
borde del mar me quedo
la
nave que va a llevarte
va a
la deriva sin velas.
Los
recuerdos ya se alejan,
contemplando
que te marchas
siento
que el alma se quiebra.
Las
olas te llevan lejos
donde
la mar no se acaba,
un
viaje a la eternidad
donde
vive la esperanza.
Mis
manos han dibujado
sobre
el aire una plegaria.
Que
te encuentres con mi padre
en
una playa lejana…
Escrito
por Azpeitia José Antonio
abril
de 2018
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