CONDEMIA -2-…
Nadie puede decidir por mí,
pero me empujan con disimulo,
unas veces, aviesamente, los de arriba,
otras los que están cerca,
siempre con buena intención.
Hace tiempo que la calle no me habla
no bajo a saludarla como otrora
que me recibía alegre, dicharachera, bulliciosa.
La calle esta llena de gentes embozadas,
sus caras anodinas, semejan bandadas
de desteñidos loros
como en las películas de terror,
y la veo tristemente ignorada.
En esta comedia que vivo,
ella, la calle, es la protagonista,
lo soporta todo, me gustaría ayudarla,
pero la puerta de mi casa
está cerrada desde fuera,
y todo mi ser, está pendiente de una voz
que me haga comprender
por qué no puedo abrirla desde dentro.
El aire, la empuja con fuerza, desconsolado,
tampoco puede abrirla.
Hoy me dicen, los que me mueven de arriba
que la puerta se abrirá sin esfuerzo,
que puedo salir unas horas, y me voy
como alma que lleva el diablo.
Mi coche, es el único que me dirige la palabra,
me pide, gasolina, aceite, agua,
aire para sus negros zapatos,
y resignado me lleva a la playa.
El impertinente sol, calienta sin piedad,
las olas juguetean con la arena,
y en un infantil gesto de soberbia,
he tirado las llaves intencionadamente al mar,
al fin y al cabo, ya no soy dueño de nada.
Siempre inmutablemente silencioso,
éste, sólo me devuelve
conchas, caracolas, esqueletos de calamares
y un plástico de patatas fritas.
Cuando he vuelto a mi casa,
la puerta todavía permanecía abierta.
He tenido mucha suerte,
los okupas no se han percatado de mi ausencia.
Pasado muy poco tiempo, se ha cerrado sola.
Hacía muchos lustros, que no empuñaba
una pluma con tinta -azul misterio- indeleble,
motivo, por el que he decidido escribir
sobre este sucio papel
poseído por el demonio del silencio,
algo que describa este enigma,
cansado de oír en mi móvil lo que no deseo,
lo que no entiendo, el por qué vivo anonadado,
algo, sobre lo que ocurre hoy en la vida de
cualquiera.
He saltado tantas veces desde un avión,
que el vacío que se mueve a mis pies
no me da miedo, es el borde de un abismo
que para todos es igual,
es oscuro como la noche,
húmedo por la lluvia de los que lloran
al atardecer de cada día.
La orden de saltar a ese precipicio,
aún no ha llegado.
Escrito por
Azpeitia José Antonio
el 15 de octubre
de 2020 d.C.
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