LA COLEGIALA….
Estabas sola, sí… con tu
breviario
con páginas de Santos tan
devotos
mirando a un cielo azul muy
desteñido
y de un dolor antiguo compungidos
que nunca habías visto ni
rezado
imágenes antiguas muy
ramplonas
tenían casi olor a naftalina.
En esa esquina, del Colegio
pío
inútiles las citas, no hay
encuentros
los chicos que te gustan son
muy tontos
hay uno que es distinto, no lo
has visto
sus padres lo han mandado a un
Instituto.
El pelo llevas suelto alborotado
el sol que lo atraviesa serpentea
no deja abrir los ojos, implacable
de un Junio fin de curso
deseado.
La cita hubiera sido en ese
punto.
Ahora, sólo esperas a tu
sombra
no piensas transgredir lo que
es correcto
un abrazo muy leve sin malicia
de momento, alter ego no es
pecado.
Protegiendo tu cuerpo con los
libros
de asechanzas, deseos no
entendidos
caminabas deprisa hacia tu
clase
las rodillas muy juntas,
apretadas
tu falda se levanta con el
aire.
Muy lejos, las campanas de la
Iglesia
tañían letanías bostezando
cansadas de sí mismas, de las
horas
que cargan la conciencia a los
ateos.
Penoso es el camino a la tarea
te da tiempo a pensar en otras
cosas.
Imaginas tus labios tan
jugosos
pegados al cristal de un viejo
espejo
empañado del aliento por la
voz
que nace a una conciencia
diferente
que busca a otros ansiosos, aturdidos
dos brazos rodeando tu cintura
sin cara que soporte tal deseo.
Qué largo es este curso, no lo
entiendes.
-Tendré que confesarme, esto es pecado.
Las voces de las monjas no son
cantos
de Ninfas de ese mar con que tú
sueñas.
Al disparo gutural de una de
ellas
se rompe el pensamiento en mil
pedazos
la monja regordeta bambolea
con pasos muy cortitos su
trasero
¡A clase niñas, vamos, que es
muy tarde!
Escrito por – Azpeitia, José
Antonio –
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