Estabas sola ¡Sí!… con tu breviario
de santos lleno, de imágenes votivas
mirando embelesados a los cielos
que nunca habían visto
compungidos de un dolor antiguo
que olía a naftalina.
En la puerta del Colegio
las citas con los otros eran vagas
aburridas, sin motivo.
Enmarañados por la brisa
los pelos sueltos, cegaban tus ojos
deslumbrados
por un sol implacable del sur agreste.
Protegiendo tu cuerpo con los libros
de intuidas asechanzas
deseos de los otros no entendidos
oías las campanas del colegio
que bostezaban letanías
cansadas de sí mismas.
Imaginabas tus labios
pegados al cristal de un viejo espejo
que empañado por la voz
de la otra conciencia
buscaban a los míos aturdidos
mis brazos rodeando tu cintura
soportando la locura
de un cuerpo, presentido
sin imagen, sin cara, sólo en sombra.
Sensaciones que sonaban a pecado
de un ser que estaba lejos en la nada.
Qué largo era el camino, inentendible.
Las voces de las monjas no eran cantos
de Ninfas de ese mar con que soñabas
sonaban plañideras, monocordes.
Rompióse el pensamiento en mil pedazos
disparo de una monja regordeta
volvió a la realidad lo que era un sueño.
¡A la clase niñas… que ya es muy tarde!
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